domingo, 28 de julio de 2013

CONSTITUCION DE LA SEXUALIDAD MASCULINA II

… y por lo tanto, a los enunciados nucleares de los cuales se puede designar a sí mismo como un existente colocado en el mundo. Con lo cual, decir que la identidad tiene como un cierto carácter defensivo por su contraposición al Inconsciente, no la hace por tanto menos verdadera y, por otro lado, menos necesaria, en virtud de que no hay posibilidad de que el sujeto se emplace, con relación a sí mismo y con relación al mundo, sino es en función de haber alcanzado un cierto posicionamiento identitario.
La cuestión de la constitución de la identidad sexual tampoco es algo que aparezca en una suerte de perspectiva genealógica, suficientemente establecido en el pensamiento clásico psicoanalítico. En los desarrollos de Silvia Bleichmar, si uno pretendiera hacer una suerte de rastreo, las primeras conceptualizaciones relativas a la constitución de la identidad sexual, pertenecen a un Seminario que Silvia Bleichmar dicto en Buenos Aires, en el año 1999, que se conoció como “La sexualidad infantil de Hans a John/Johan”. Si ustedes recuerdan John/Johan es un caso paradigmático, justamente ver reasignación de género, tuvo enorme significatividad en su momento porque puso en discusión, la pretensión de los discursos médicos hegemónicos, de adecuar la identidad de género a la anatomía. Es un caso muy conocido, que tuvo notoriedad sobre todo en Estados Unidos, que es donde se produjo, porque se trato del caso de un niño, por eso es John, que sufrió un cercenamiento genital al momento de realizarse su circuncisión. Y en función del discurso medico hegemónico, lo que se propuso como alternativa para la constitución de este niño, fue que se produjese una reasignación quirúrgica de sexo de modo tal de adecuar el genital a una identidad femenina que el niño no tenia, pero que se suponía que iba a producir menos nivel de sufrimiento. Lo que termino produciendo en que el destino de este niño, que después se conoció como Johan, a partir de esa reasignación, fuera la psicosis y terminara en un suicidio luego del pasaje por la adolescencia. Ese episodio luctuoso, la pretensión médica de adecuación morfológica de los cuerpos y de la anatomía para, supuestamente, desde allí comandar la forma de representación síquica es quizá la forma más brutal por la cual se ha producido el atravesamiento de ese discurso que supone que el sexo, entendido como realidad biológica y anatómica de partida define los modos representacionales. Es decir, el supuesto de que el sexo anatómico define todo el conjunto de la construcción identitaria lo que hace, en este discurso, es plantear entonces que frente a las discordancias entre los sistemas representacionales y, por lo tanto, tanto la identidad construida por el sujeto y, la anatomía, se debe priorizar la anatomía y, por tanto, propiciar una readecuación o una reasignación de género, a partir de la modificación de sexo. Cosa que, ya muy tempranamente, algunos psicoanalistas, como fue el caso de Robert Stoller[1], ya hubieran señalado la inapropiada concepción de partida de suponer que el sexo biológico define los modos de apropiación representacionales en términos de identidad. Quiero decir que a esta altura, por supuesto, todos nosotros sabemos que de ninguna manera la anatomía es destino, en el sentido con el cual esa cita napoleónica fue planteada por Freud sino que, en todo caso, la anatomía constituye el sustrato real sobre el cual se producen los modos de atribución de género pero, justamente, como los modos de atribución de género son representacionales y están en gran medida sostenidos en enunciados históricos, intentan recubrir la anatomía pero de ninguna manera alcanzan para no establecer modos de discordancia entre uno y otro. Esto, que hoy consideramos que es relativamente aceptado, no lo fue así, ni en el Psicoanalisis ni en el conjunto del conocimiento de las ciencias, hasta hace muy pocas décadas. En este Seminario entonces, que yo les mencionaba, “La sexualidad infantil de Hans a John/Johan”, justamente Silvia plantea por primera vez la necesidad en Psicoanalisis de establecer un distingo conceptual entre sexo, sexualidad, genero e identidad sexual. Categorías que durante mucho tiempo sufrieron de una suerte de plegamiento y de superposición  que impidió poder advertir la complejidad de factores que se articulan para dar por resultado el posicionamiento del sujeto en términos de su sexuacion.
Posteriormente a esto, hay un texto que es como un, por así decir, el precursor del libro “Paradojas de la sexualidad masculina”, que es un texto que Silvia escribe también en el año 1999 y que se publica en la revista de la Asociación Escuela de Psicoterapia para Graduados, en un numero, justamente, dedicado a Masculino y Femenino. Donde ella introduce por primera vez, sus tesis respecto a las particularidades de la constitución sexual masculina. Con posterioridad a esto van a venir otras series de artículos hasta que, en 2006 se publica “Paradojas de la sexualidad masculina” que es el último libro, podríamos decir, completamente escrito por Silvia. Los libros que conocemos, a posteriori, en términos de textos psicoanalíticos son el efecto de las publicación de sus Seminarios. De los cuales siguen en marcha la publicación de los que aun no se han editado entre ellos, los de la sexualidad infantil que, todavía, no se ha volcado una publicación.
Yo decía, entonces, que la primera diferencia que Silvia se propone plantear en estas aproximaciones, es la necesidad de distinguir ciertas categorías que, justamente, por su empleo en campos disciplinarios diversos a los del Psicoanalisis pueden generar una serie de extravíos cuando se producen transferencias o transpolaciones de esos conceptos al campo especifico del Psicoanalisis. Una de estas categorías problemáticas es, justamente, la categoría de género. La categoría de género, al interior del Psicoanalisis, no ha producido pocas resistencias. En general, muchas de esas resistencias son razonables y otras son excesivas. Por supuesto que la categoría de género no es una categoría cuya pertenencia inicial le corresponda al campo del Psicoanalisis. Proviene primeramente de la Lingüística y específicamente de la Gramática, la teoría de los géneros lingüísticos y posteriormente se transpola al campo de las ciencias sociales, particularmente de la Sociología y de allí arriba a los llamados estudios de género que, inicialmente, son estudios feministas, donde, la categoría de género ha sido muy bien recepcionada, sobre todo porque esa categoría permitía inicialmente decapturar las concepciones acerca de la femineidad de esa supuesta base biológica-anatómica sobre la cual se conformaba, supuestamente, la femineidad. Ustedes acá, en este punto, recordaran, aquel manifiesto tan conocido de Simone de Beauvoir[2] de “la mujer no nace, la mujer se hace”. Casi como una suerte de, afirmación inicial, que abre, justamente, a la consideración, de que la categoría de género a diferencia de sexo, entendido sexo como sustrato biológico sobre el cual se establece en nuestra especie la bipartición en términos de la diferencia genital, el género a diferencia de esto, decía, tiene que ver con los modos atributivos con los cuales, en determinado momento histórico y en un determinado contexto temporal y social, en los discursos colectivos definen los atributos que diferencialmente se instituyen, y por tanto se prescriben o se proscriben para lo masculino y femenino. Ese modo de considerar el género, ha sido en algún momento, introducido al Psicoanalisis planteando justamente que, en última instancia, lo que importa en términos de la constitución sexual es la identidad de género. Este punto es, quizás, el que produjo inicialmente mayor nivel de resistencia y donde uno advierte que, efectivamente, han existido criticas muy validas a una suerte de incorporación acrítica de la categoría de género al Psicoanalisis, sobretodo porque, subsumir la totalidad de lo sexual a la dimensión de género, es decir, a los modos de producción histórica de las subjetividades sexuales en términos de femineidad o masculinidad, puede propiciar directamente la liquidación de la sexualidad entendida en términos psicoanalíticos, como sexualidad pulsional, no articulada ni por la diferencia de los sexos ni subsumida a los modos con los cuales la sociedad regla la bipartición entre masculino y femenino. Esta, si ustedes quieren, es la crítica más consistente a la incorporación de la categoría de género, lo cual no implica que no pueda ser incluida, sino que tiene que ser correctamente articulada. Porque si entonces la sexualidad es exclusivamente el modo cultural con el cual un sujeto se posiciona con relación a los discursos dominantes en la bipartición masculino y femenino, eso implica entonces, que la sexualidad queda exclusivamente del lado de los modos atributivos con los cuales el Yo se ubica en relación al discurso histórico pero anula, absolutamente, la dimensión de la sexualidad, si ustedes quieren, que podríamos designar como inconsciente, en tanto sexualidad pulsional, cuyo origen proviene de la implantación sexual del otro en los primeros tiempos de la vida y que es anterior al reconocimiento de cualquier tipo de diversidad de géneros y de diferencia sexual anatómica. Se entiende lo que quiero decir con esto, no? Que la necesidad de recuperar la noción de sexualidad es, justamente, conservar un pilar fundamental del descubrimiento freudiano que es la noción de sexualidad ampliada. Pensar que toda la sexualidad se instituye exclusivamente a partir de la inscripción en el Yo del imaginario dominante, es anular completamente la dimensión, podríamos decir, de la sexualidad que no solamente es pregenital sino que, además,  sigue siendo paragenital, a lo largo de toda la vida. Y que por tanto remite a los modos iniciales de inscripción de la erogeneidad a partir de, como yo decía, y siguiendo en esto las concepciones que primeramente ha planteado Laplanche y posteriormente ha ampliado y ha reconsiderado Silvia, con respecto a la pulsación primaria que el adulto ejerce en los primeros tiempos de la vida a partir de las cuales se funda la sexualidad pulsional de manera exógena en virtud de que, el adulto inscribe desde su propia sexualidad, montos de excitación erógena en el niño, que a su vez aparecen, o debieran aparecer, coligados por la propia acción narcidisante del adulto. Con lo cual, esta primera cuestión exige advertir que, si estamos hablando de identidad sexual, la identidad sexual no subsume, agota, ni reduce, a la sexualidad en sentido ampliado. Por supuesto que aquí estamos tomando, la noción clásica de sexualidad en sentido ampliado planteado por Freud, en términos de un plus de placer, no reductible a la auto conservación biológica. Frente a esta concepción de la sexualidad en términos ampliados, que es por una parte, sexualidad auto erótica implantada por el otro en los primeros tiempos de la vida y por tanto organiza erógena y fantasma ticamente como yo decía, anterior a cualquier tipo de discernimiento relativo a la diversidad de géneros o a la diferencia sexual anatómica. Con esto quiero decir que la sexualidad pulsional, los modos erógenos primarios, las formas de goce auto erótico, coexisten en los primeros tiempos de la vida con los discursos genéricos sin contradecirlos. Y uno diría a lo largo de toda la vida, se conservan en su estatuto y no se reducen a los modos dominantes con los cuales el Yo se localiza en términos de las formas de cualificación de sus deseos. Esa sexualidad inicial auto erótica, entonces,  no se subsume en la categoría género. El género de ninguna manera la incluye. Y por eso, pensar que toda la identidad sexual es una problemática simplemente socio histórico o genérica, implica la anulación de esa dimensión fundamental, freudiana, de la sexualidad que podríamos decir remite a su carácter pulsional. Por otra parte, esa sexualidad en términos ampliados es, por supuesto, sexualidad auto erótica, inscripta a partir de la pulsación primaria ejercida por el otro y, a su vez, en un segundo tiempo, es una sexualidad que adquiere dominancia genital a partir de las transformaciones puberales. En la concepción en la cual nosotros afirmamos esta perspectiva relativa a la sexualidad, no existe entre la sexualidad inicial auto erótica infantil y la sexualidad puberal a dominancia genital y de objeto continuidad y linealidad sino que corresponden, como el mismo Laplanche ha señalado, a dos sexualidades diferentes y no una misma sexualidad en dos tiempos evolutivos. Esto también implica otro modo de concepción que se aleja, quizá, de aquel modo más clásico en el cual aparecía en Freud que la sexualidad, ustedes recuerdan, se caracterizaba por una acometida en dos tiempos, dos oleadas, una infantil, otra genital, interrumpida por el periodo de latencia. Como si fuera una misma sexualidad que en un determinado momento arriba a otra suerte de estadio evolutivo. Pensado metapsicológicamente la sexualidad puberal no es la continuidad de la sexualidad infantil. Muy por el contrario, entra en conflicto con los modos erógenos primarios y como dice el mismo Laplanche de un modo que a mí me resulta siempre muy, evocativo en términos figurales, cuando la sexualidad puberal hace su aparición, el terreno está totalmente ocupado por la sexualidad infantil y no se acoplan de manera armónica y todos conocemos, justamente, que gran parte de los trabajos síquicos, propios de la adolescencia consiste en hacer sitio a los modos genitales de goce que la pubertad habilita en un territorio que ya esta, erógena, fantasmatica y pulsionalmente, totalmente ocupado por una sexualidad anterior. Con lo cual digo, esta noción de sexualidad ampliada tanto en sus orígenes auto erótico como en sus modos mas tardíos de organización genital, de ninguna manera se subsume ni a la categoría sexo, porque todos sabemos que la anatomía en ese punto no define en absoluto los modos de goce y, por otro lado también sabemos, que la aportación de un genital no es garantía para nada de poder hacer uso del genital en términos de un atributo capaz de generar goce y de producirlo en otro. No voy a ser mas explicito en esto porque todos entendemos la elipsis[3], no?. No quiero caer en vulgarizaciones pero todos sabemos perfectamente, y mucho más, si ustedes quieren, en el campo de la sexualidad masculina, que la presencia del genital, en términos de sexo, no es en absoluto garantía, de queel sujeto pueda apropiarse del genital en términos de atributo investido de potencia fálica. Por si hace falta, no voy a decir por ahora más que eso. No voy a ser mas explicito porque…, ser mas explicito, es convocar también a otra clase de fantasmas de los cuales vamos a hablar inmediatamente cuando señale algunas cuestiones sobre la constitución de la sexualidad masculina. Pero entonces digo, por una parte, distinguir por supuesto, sexo de sexualidad, cuestión primera que estamos señalando. Por supuesto que muchos de los discursos sociales lo que hacen es subsumir la sexualidad al sexo como si fuera una suerte de epifenómeno que surge necesariamente. Y sabemos que, todavía hoy, a más de 100 años después del descubrimiento freudiano, todavía, ciertas representaciones y discursos suponen que la presencia de la anatomía es decisiva a la constitución de la sexualidad y hasta, incluso, que la anatomía define las formas de elección de objeto, lo cual todavía es peor. Entonces, diferencia entre sexualidad y sexo, diferencia por supuesto entre sexualidad, sexo y género, tercera categoría que forma parte de esta especie de mosaico en el cual tenemos que pensar los modos de organización y de constitución de la identidad sexual. Entendiendo por género aquel conjunto de representaciones que socialmente intentan pautar la diferencia de los sexos y por supuesto terminar de agotarla. Por supuesto que los discursos de géneros son modos de construcción histórica con lo cual comportan categorías ideológicas que no pueden ser consideradas inmutables porque en la medida que son constructos históricos están sometidos a los mismos vaivenes y modificaciones que la subjetividad que se produce históricamente. Quiero decir con esto que si la categoría genero remite a aquel conjunto de representaciones, podríamos decir, ideales, formas normativas, prescripciones, proscripciones, roles, que en un determinado momento histórico pautan la diferencia entre masculino y femenino, de ninguna manera eso puede constituir una suerte de representación esencialista e imputable sino, muy por el contrario, las mismas transformaciones históricas nos muestran todo el tiempo las modificaciones que se producen en los atributos genéricos que en determinado momento definen la pertenencia o no a un determinado subconjunto, podríamos decir, de la bipartición sexual. Quiero decir con esto que podemos advertir, muy rápidamente, en una observación que ni siquiera exige demasiada sagacidad que los atributos que diferencialmente se asignan a lo femenino y lo masculino, son arbitrarios. Cuando decimos que son arbitrarios, decimos que son construidos historicamente, que no existe nada esencial ni en mujeres ni en varones para que se les suponga determinadas particularidades. Como por ejemplo la ‘pasividad femenina’, ‘la actividad masculina’, ‘el carácter proveedor de los varones’, ‘la virilidad y la potencia’ y la ‘receptividad de las mujeres’. Esos son modos dominantes de los discursos históricos que, por supuesto, producen efectos performativos, no estoy diciendo que no produzcan efectos, sino que lo que estoy señalando que en la medida que son construcciones históricas son arbitrarias. Que sean arbitrarias no quiere decir que puedan modificarse siguiendo exclusivamente el deseo individual del sujeto, sino que son arbitrarias en términos de cultura, pero que los sujetos en realidad reproducen, necesariamente, porque no siempre pueden plantearse grandes modificaciones dentro de esas categorías. Pasa lo mismo con el género lingüístico en el sentido en que constituyen estructuras previas. En ese sentido uno podría decir que el sujeto, incluso en los términos que en algún momento planteaba Althusser, nace en condiciones sociales que le anteceden y se le imponen con lo cual las categorías de género, en gran medida, son anteriores al sujeto y participan de los procesos, que podríamos llamar, de producción de subjetividad y por tanto se replican. Sin embargo, de tiempo en tiempo, las atribuciones de género, cambian. Como podemos advertir en los modos de producción de subjetividad contemporáneo. Que producen, por supuesto cierto desconcierto, porque las narrativas tradicionales, sobre todo las narrativas asociadas a la modernidad habían establecido, por así decirlo, una serie de criterios muy fijos para el establecimiento de la diferencia entre lo femenino y masculino. Y hoy advertimos que muchos de esos atributos circulan, sin que conserven esa suerte de fijeza y de pregnancia que tuvieron en el origen y por eso bajo formas inapropiadas se habla de feminización de los varones o masculinización de las mujeres. Cuando en verdad no son modos de pasajes, en terminos identitarios, de unos a otros sino una variación en los modos genéricos de dominancia cultural. Con lo cual, entonces, decía si la categoría genero es una categoría ideológica, que no recubre totalmente a la sexualidad ni tampoco a los modos de ejercicio de la genitalidad, lo que interesa psicoanalíticamente es pensar, en todo caso, cual es la tópica y cuál es el destino que las inscripciones de género tienen en la estructuración subjetiva. Y yo diría, fundamentalmente, que las representaciones y discursos de género pertenecen, indudablemente, y se inscriben en la tópica del Yo bajo dos formas: inicialmente en términos de identificaciones y por tanto pasan a formar parte de la argamasa representacional con la cual un sujeto se posiciona con relación a la bipartición cultural. Con esto quiero decir que la diversidad de géneros es parte de un atributo fundamental de la constitución misma de la representación del Yo. En nuestra especie y en nuestra cultura, al menos como la conocemos hasta el presente, ser un niño es ser varón o mujer. Y esto forma parte de, uno diría, aspectos nucleares de la representación identitaria del Yo aun cuando los atributos que se le asignan diferencialmente a niños y niñas puedan variar históricamente. En ese sentido, uno también entiende, que cuando la identidad en términos de género se constituye y se cristaliza en términos identificatorios no se puede desmantelar salvo en traumatismo graves o en procesos de desorganización psíquica severa. Y por tanto, el hecho de que constituya un enunciado fundamental de la organización misma del sujeto hace que no tengan que ser interpelados con lo cual no constituyen, por así decirlo, objeto del análisis, salvo cuando han devenido causa de sufrimiento. Y a su vez también permite advertir por que los sujetos trans, travestis y los transexuales exigen en gran medida correctamente, en toda medida correctamente, pero quiero decir en términos políticos, el reconocimiento de la primacía de la identificación por sobre la del sexo anatómico. Porque en la medida que la identidad se constituye por identificación y la identificación, aun cuando pueda ser, pueda estar apuntalada en atributos sexuales, es siempre simbólica y por tanto es discontinua respecto de la anatomía aun en sus contigüidades, esto hace por tanto que hay primacía de la representación por sobre el sustrato anatómico. Esto es lo que sucede cuando uno se encuentra, por ejemplo, con personas trans que reclaman justamente ser reconocidas no en función del sexo anatómico sino en función del modo atributivo con el cual a sí mismos se identifican. Es decir, el modo con el cual se ha constituido nuclearmente la argamasa identificatoria del yo. En ese punto es donde yo decía que, pensar las incidencias de las representaciones de género implica, advertir que esos discursos, de los cuales por supuesto, como diría Piera Aulagnier[4], “el adulto es en los primeros tiempos de la vida el portavoz”, van a conformar el núcleo fundamental de la identidad y como toda identidad, la identidad no es un dado a priori sino que es el efecto de una construcción de la cual, nosotros sabemos, que es un mecanismo instituyente de la identificación. La identificación entendida como un proceso instaurador y por tanto estructurante fundamental de la subjetividad y advirtiendo además, y esto es simplemente un comentario, que la materialidad de la identificación es siempre lenguajera y por tanto tiene carácter discursivo y no se reduce exclusivamente al campo de la imagen. Es decir que la identificación no es un mecanismo que opere a dominancia visual y que, por tanto se sostiene exclusivamente en el campo especular de la mirada del imago[5] sino que se sostiene en términos simbólicos en la incorporación de enunciados que tienen estructura lenguajera. Es decir que, no alcanza para que un niño se identifique con el adulto que el adulto sea quien es sino además que haga una oferta en términos de enunciado respecto de quien es el niño y cuáles son los atributos que le asignan. En ese sentido, por supuesto, que la identidad y en particular, la identidad de género, proviene inicialmente de una asignación que el adulto hace y que se inscribe metabólicamente en el siquismo infantil. Con lo cual, entonces, estas cuestiones a los fines de poder señalar la pertinencia de revisar en todo caso el carácter multifactorial de las problemáticas que conciernen a la llamada identidad sexual. Y un comentario más, en relación a esto. Los discursos y los enunciados de género no solamente forman parte de aspectos primarios del yo también van a constituir en gran medida la materialidad de atributos secundarios aquellos que conciernen a las llamadas identificaciones secundarias que enriquecen la argamasa representacional del yo o bien de los ideales. Es decir que también las representaciones de género moldean los ideales y entran en mayor o menor conflicto o discordancia con los modos con los cuales la identidad en términos de representación yoica se ha constituido. En ese sentido, si tuviéramos que decir como muy rápidamente porque esto excede una exposición detallada, al menos en esta instancia, como piensa Silvia y como se puede pensar a partir de allí los tiempos de la constitución de la identidad sexual podríamos decir que hay un primer tiempo en el cual lo que se inscribe no es la identidad sino la sexualidad en el sentido ampliado y esto define ya muy inicialmente, formas de goce, modos erógenos, estructuras fantasmaticas, que son anteriores a cualquier tipo de organización yoica. En ese punto esa sexualidad de la cual hablábamos antes en términos de sexualidad auto erótica, pulsional, parcial, si ustedes quieren en el sentido clásico que Freud acuña en Tres Ensayos de Teoría Sexual, es anterior a la identidad sexual y no se subsume ni se reduce a los modos con los cuales el yo posteriormente intenta organizar destinos más o menos defensivos, por exclusión, respecto de esos modos erógenos primarios. El primer tiempo, podríamos decir ya, de instauración de la identidad concierne al núcleo del yo al sostén que ese núcleo tiene con relación a las identificaciones primarias de las cuales, como yo decía, los enunciados de género forman parte de los atributos que el adulto ofrece en el momento en el cual se apropia ontológicamente del niño y de algún modo es inevitable que en su practica humanizante a partir del real somático, establezca diferencias o diversidades de género. El hecho de la identificación en este punto, por supuesto, es un hecho simbólico, y coexiste con la sexualidad entendida como sexualidad ampliada, sin inicialmente contraponerse a ella tal como advertimos en las formas del llamado….




[1] Jesse Robert Stoller (diciembre 15, 1924 a septiembre 6, 1991), fue un profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la UCLA e investigador de la UCLA Identidad de Género Clinic. Nació en Crestwood, Nueva York , y murió en Los Angeles, California . Tenía formación psicoanalítica en la Sociedad Psicoanalítica de Los Angeles y el Instituto de 1953 a 1961 con el análisis realizado por Hanna Fenichel . Stoller es conocido por sus teorías sobre el desarrollo de la identidad de género y la dinámica de la excitación sexual. En Sexo y Género (1968), Stoller articula un desafío a Freud creencia en biológica bisexualidad .
[2]  Simone de Beauvoir fue una escritora, profesora, feminista y filósofa francesa. Escribió novelas, ensayos, biografías y monográficos sobre temas políticos, sociales y filosóficos. 

[3] elipsis

  1. f. gram. Omisión en la frase u oración de una o más palabras sin alterar el sentido de la frase:
    ella habla castellano, pero él no (lo habla).

[4] Piera Aulagnier (née Spairani; 1923–1990), born in Milan, was a French psychiatrist and psychoanalyst. Her contributions to psychoanalysis include the concepts of interpretative violence and originary process. Aulagnier was married to Cornelius Castoriadis from 1968 until 1984.

[5] imago

  1. m. zool. Insecto adulto que surge tras la metamorfosis.
  2. psicol. En el psicoanálisis, persona ideal que tiene su imagen en el progenitor de sexo contrario.

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