domingo, 28 de julio de 2013

CONSTITUCIÓN DE LA SEXUALIDAD MASCULINA III

… polimorfismo perverso, infantil. Posteriormente, esa primera organización en términos de género o de identidad de género, va articularse al reconocimiento de las diferencias anatómicas de los sexos, aquella que Freud describe, como punto crucial del atravesamiento edipico. Con esto quiero decir que la identidad en términos de género es anterior a la diferencia anatómica de los sexos y, en todo caso, el reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos, re significa y se re ensambla con la diferencia de género entrando en mayor o menor nivel de contradicción o conflicto. Con lo cual ya, la llamada fase fálica, aquella en la cual se produce, siguiendo clásicamente la concepción de Freud, el reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos implica, una anticipación representacional de la posterior sexualidad genital y permite ya inicialmente un cierto posicionamiento del sujeto con relación a la sexuacion. A esto, yo decía, posteriormente se agregaran identificaciones secundarias que ya no tienen tanto que ver con ‘ser un hombre, ser una mujer’ sino más bien con ‘qué clase de hombre ser o qué clase de mujer ser’ o con lo que significa ser ‘todo un hombre o toda una mujer’. Y, a partir de allí entonces, se constituye inicialmente los modos de la identidad sexual infantil que, como yo decía, terminaran de re ensamblarse a partir de los modos de re composición y re significación que siga a la pubertad. En la cual el acceso a la posibilidad de goce genital inaugura una nueva problemática crucial que, uno diría, pone en gran medida, en jaque y en juego a la sexualidad infantil ya constituida. Esto, podríamos decir, que concierne como una suerte de síntesis muy apretada en relación a un discernimiento con las categorías en juego, cuando uno se aproxima al campo de la sexualidad y de lo que concerniría, quizá, aquello que como psicoanalista nos interesa más preservar, que tiene que ver justamente con el estatuto de la sexualidad pulsional y los modos con los cuales se organiza el futuro, una vez que la tópica se establece y se van dando los procesos de organización y clivaje del aparato anímico, en instancias que se caracterizan por la exclusión pero respecto de las cuales también se producen formas de apropiación que van definiendo los destinos que la sexualidad tiene a lo largo de la trayectoria vital de un sujeto. Con esto, señalo una cosa más, antes de pasar a la cuestión de la masculinidad, y que tiene que ver con que, en este deslinde que estoy tratando de hacer, de alguna manera retomo una diferenciación, que también ha propuesto Silvia y que a mí me parece que es muy importante, sobre todo si pretendemos preservar el Psicoanalisis y conservar, justamente, la fecundidad de sus paradigmas, que es la distinción entre producción de subjetividad y constitución psíquica  Esto es algo que yo no voy a desarrollar, simplemente lo señalo porque en este deslinde que yo trato de hacer entre representaciones de género, sexualidad, discurso social y modos de inscripción síquica, estoy en última instancia tomando como referencia este distingo que yo creo es fundamental, porque justamente, intenta resolver la impasse que yo mencionaba al principio que es la traslación de los modos históricos de subjetivación a la teoría Psicoanalítica. [3:43] Esta diferencia que Silvia plantea entre producción de subjetividad y constitución del siquismo de la cual hay muchos textos en los cuales ella hace referencia. En el libro “El desmantelamiento de la subjetividad, estallido del Yo” que editó Topia, hay un artículo que justamente se llama ‘Producción de subjetividad y constitución del siquismo’, que es una suerte de síntesis de esto que les digo, en el caso de que a alguien le interese rastrearlo. Silvia justamente señala la necesidad de distinguir, por una parte, la constitución del siquismo. Cuando hablamos de constitución del siquismo nos referimos a cuales serian aquellos universales o, si ustedes quieren, invariantes que dentro de la teoría psicoanalítica de la producción del sujeto nos permiten pensar el modo de estructuración síquica, más allá de las variaciones históricas a las cuales puede estar sometido un individuo. Es decir hacen, si ustedes quieren, al núcleo metapsicológico de la teoría, ese que uno supone como no sometido a variación histórica. ¿Por qué es importante definir qué categorías pertenecen a la constitución del siquismo y cuales a la producción de subjetividad? Porque las que pertenecen al campo, podríamos decir, de la constitución del siquismo, son aquellas que, efectivamente, le conciernen al Psicoanalisis en términos disciplinales, son aquellas sobre las cuales el Psicoanalisis puede establecer niveles de pertinencia. Por ejemplo, fundación del inconsciente, constitución del yo, complejo de Edipo, represión originaria… No son categorías que varíen históricamente. Pueden variar los modos con los cuales se producen pero, uno diría, remiten a los procesos, que uno podría designar en algún sentido, invariantes o universales que definen la constitución del sujeto tal como el Psicoanalisis lo concibe. Entender metapsicológicamente estas categorías, es clave, para no derivar en lo que, podríamos designar, una suerte de Psicoanalisis culturalista, en el sentido no del culturalismo de Hans-Georg Gadamer[1] y otros autores que fueron importantes en el Psicoanalisis inicial sino mas bien en la idea de una relativización histórica de los conceptos psicoanalíticos. Como por ejemplo cuando se dice ahora que no hay más complejo de Edipo. Porque como han variado las formas de organización familiar, como ya hay diversidades de escenarios ligados a las neoparentalidades, si ustedes han leído… Hay hasta incluso diagnósticos mismos del Psicoanalisis que señalan que esto implica la caída del padre, entre otras cosas tremendas, que parecen que acontecen en la civilización contemporánea que son equivalentes, también, a la disolución del Edipo. Eso es el efecto de una comprensión histórica del Edipo, es decir de un modo de organización de las relaciones familiares. El Edipo en términos de un momento de la estructuración sexual infantil a partir de la pautacion del adulto es, en gran medida universal y tiene que ver justamente con la asimetría existente entre adulto y niño. [6:43]. Con lo cual sería, en todo caso, un serio problema que la Humanidad se encamine hacia una sexualidad en la cual no exista ningún tipo de pautacion ni inscripción alguna de prohibición del incesto. Otra cosa, que si es cierta, es que los modos con los cuales se ha presentado, por así decirlo, en el horizonte social el llamado Edipo, pueden efectivamente estar sometido a transformaciones. Que es de otro orden, pero eso no implica la caída de la categoría del complejo de Edipo, que como ustedes saben para Freud son de las categorías fundamentales en el Psicoanalisis. Que por otra parte, lo es. Entender que el complejo de Edipo deja de ser una categoría freudiana importante, en virtud de las transformaciones históricas, es confundir Edipo y organización familiar. Y el Edipo no es la organización familiar. Por supuesto que gran parte de ese distingo se lo debemos en gran medida a Lacan en la medida en que en su intento de formalización de las funciones, que al interior del Edipo, pautan la interceptación del goce del adulto con relación al niño, ya establece una estructura en la cual, ustedes recuerdan, se plantea la función materna, la función paterna, etcétera. Sin embargo, a mi modo de ver y esto lo he escrito en numerosas oportunidades, ya la concepción que reparte en términos funcionales operaciones especificas, entendiendo la función materna como una operación de captura del niño en la trama de ese ante del otro, y la operación paterna o la función paterna como una operación de corte que establece la ruptura de esa suerte de captura fálica inicial en la circulación del niño al interior de otros intercambios libidinales, me parece a mí que es insuficiente. Primeramente, porque produce un aprovechamiento formidable con las formas de organización genérica de la familia de la primera mitad del siglo 20. Porque aunque nosotros sigamos diciendo que la función paterna no necesariamente la ejerce un varón, lo que termina sucediendo es que se produce un deslizamiento permanente por el cual en la forma de comprensión concreta de la casuística, sino aparece el padre, sino aparece el varón o un sustituto se advierte, o se supone, directamente la ausencia de esa función. Por ejemplo, en los debates contemporáneos relativo a las llamadas neoparentalidades los propios psicoanalistas, algunos de ellos no todos, por suerte, han señalado, por ejemplo, que una pareja de lesbianas que cría niños produciría perturbaciones severas en sus hijos o en sus hijas por la ausencia de la circulación de una función paterna que garantice la inscripción del significante fálico. Ustedes se dan cuenta que si Lacan se levanta de la tumba y escucha eso, se muere (risas). Porque yo no le estoy asignando esto a Lacan, lo estoy asignado a los modos de apropiación con los que ciertos enunciados en su mera repetición terminan arrastrando lo peor de la época. En ese punto digo, y yo siempre digo, esto es parte de una perspectiva epistemológica más vasta. Cuando uno introduce un concepto y a su vez tiene que explicar el sentido de los términos, para contraponerse a las formas tradicionales de representación, algo ha fracasado a nivel de la racionalidad científica. Que quiero decir con esto, que si yo cuando digo ‘función paterna’ tengo que andar aclarando que ‘paterna’ no tiene que ver con ‘el padre real’, algo chilla en la construcción del concepto porque el concepto entonces no ha adquirido aun el suficiente poder explicativo para no tener que forzar a una aclaración respecto del empleo del término. Se entiende más o menos esto?  En ese punto es donde yo señalo que las categorías como función materna y función paterna han sido muy útiles en un momento de la historia del Psicoanalisis de la cultura porque a descapturado la operación humanizante instauradora de la subjetividad y pautadora de las formas de apropiación del niño como lugar de goce del adulto y las han descapturado de las personas reales que las ejercen. Pero a esta altura, son insuficientes. Y son insuficientes, justamente y aquí se ven en todo caso su carácter sintomático, cuando se pretende trasladar a las nuevas formas de organización familiar, no pudiendo advertir esa operatoria más allá de las posiciones deseantes, la identidad sexual o los modos de organización genital de los adultos que las ejercen con independencia si son hetero, homo, trans, lo que la variación y variabilidad de la sexualidad humana nos permite ser. En ese sentido decía que, la necesidad de distinguir entre constitución de siquismo y producción de subjetividad va en esta línea. Yo definí entonces la constitución del siquismo en términos de esta suerte de universales, podríamos decir, del Psicoanalisis que explica los modos de estructuración y construcción del sujeto síquico y los procesos de producción de subjetividad que remiten más bien a los modos históricos de construcción del sujeto en tanto sujeto social. Es decir aquellas formas sobretodo con las cuales, por ejemplo, en las conceptualizaciones de Castoriadis[2], se ha señalado, que cada época en cada imaginario delinean y construyen un tipo sujeto que es concordante con los modos dominantes de representación social. Ese campo que es el campo de producción de subjetividad, uno podría decir de las formas instituyentes e instituidas de los imaginarios que, indudablemente, moldean al sujeto no tanto ya en tanto sujeto síquico sino en tanto sujeto social y, por tanto, miembro de un colectivo, son móviles y por tanto variables y no pertenecen inicialmente al objeto que los psicoanalistas debemos interrogar. En todo caso de ahí surgen interrogantes para el Psicoanalisis. La articulación compleja entre constitución del sujeto y producción de subjetividad. Dicho esto que es una suerte de balizamiento del campo, menciono algunas de las tesis que, en particular, con relación a la sexualidad masculina que ha planteado Silvia y que en algún sentido yo les decía también, he continuado trabajando yo y que refieren a la necesidad de poder establecer un estatuto especifico de la construcción de la sexualidad masculina. Por qué? Porque como yo les decía al inicio, la sexualidad masculina en Psicoanalisis, pero esto no es solamente un síntoma que nos concierne solamente a nosotros sino también en otras disciplinas como la Antropología, ha padecido, por decirlo así, del carácter de lo dado por sentado. Es decir esto que yo señalaba al principio, que en última instancia, no es más que la reproducción al interior del Psicoanalisis mismo de los mandatos androcéntricos, falo céntrico y patriarcales que colocan al masculino como sexo de partida. Es más, ustedes han visto, que cuando uno lee a Freud y lo lee a la distancia, no, y puede entender la incidencia de los discursos históricos, afirmaciones del estilo de “al principio la niña se comporta en todo como un varoncito” (risas), nos resultan como ya simpáticas, no nos producen hoy la irritación de las feministas de la primera mitad del siglo 20 que leían con pavor y horror justificado, estos enunciados. Hoy nos resulta simpático porque entendemos que ese enunciado no es un enunciado de la constitución del siquismo, es un enunciado de la producción de subjetividad que, podríamos decir, termina como inscripto en la teoría porque simplemente es inevitable que en algún momento los modos históricos de subjetivación se cuelen, por así decir, en los modos canónicos con los cuales teorizamos. Afirmaciones como esa. Afirmaciones por ejemplo del estilo de ‘el clítoris es en todo un pequeño pene” (risas), nos resultan hoy curiosas, llamativas, o por ejemplo, tenemos como parámetro fundamental de la comprensión freudiana de sexualidad infantil, el caso de Hans, es muy curioso que Freud dice respecto de Hans que el amor que él siente por su papa lo hace comportarse como todo un homosexual. Es fabuloso, no? Es fabulosa esa afirmación. Porque al interior del atravesamiento edipico de Hans pensar, que los modos eróticos con los cuales se enlaza inicialmente al padre devienen homosexuales es confundir los modos eróticos primarios con la elección de objeto. Una cosa extraordinaria, porque a nosotros no se nos ocurriría decir que el amor que siente un niño hacia su padre, hoy, es homosexual. O lo diríamos en un sentido descriptivo nunca metasicológico. No haríamos derivar de allí la elección de objeto. Supongo…, no? Esperemos que no hagamos derivar de eso la concepción acerca de la orientación del deseo. Con lo cual, yo decía, todo eso resulta en alguna medida entendible, y por eso uno también tiene cierta comprensión, también de las limitaciones de Freud, cuando advierte que esta cuestión relativa a considerar a la sexualidad masculina como algo dado, como el sexo de partida del cual se desprenden todas las diferencias, no es más, que la dominancia del discurso patriarcal moderno en todas las disciplinas. Hay un estudio antropológico muy importante, el de David Gilmore[3], que es muy conocido, que se llama “Hacerse un hombre”, en donde él se ocupa de demostrar como antropólogo que es que de ninguna manera la concepción moderna de la masculinidad es algo que se haya presentado de manera uniforme en todas las épocas históricas y en todas las sociedades. Muy por el contrario, que mayormente en las sociedades, no en la moderna occidental, sino en las llamadas sociedades primitivas, aquellas que incluso tiene mucha familiaridad con la analítica que realiza Levi-Strauss[4] no?, respecto de las estructuras del parentesco. Lo que advierte Gilmore es que en las culturas primitivas, las llamadas primitivas o periféricas, de ninguna manera la masculinidad es un dado a priori sino que la masculinidad se entiende como una conquista síquica a la cual el sujeto arriba o no arriba. Y que justamente en la medida que es algo que no viene dado esencialmente sino que es algo a lo cual el sujeto accede, el acceso a la masculinidad esta mediatizado por una serie de ritos sociales de virilizacion. No son los ritos de iniciación sexual, sino ritos de virilizacion que hacen devenir a un infantil sujeto en varón. Muy por el contrario, esas sociedades consideran que sí, la femineidad es primaria. Es decir que hay un estado inicial que comparten tanto niños como niñas y que tiene que ver con su pasividad con relación al adulto, generalmente la mujer, con lo cual hay una suerte de primer estadio femenino, tanto para niños como para niñas. Que se conecta también con algo que Stoller[5] ha mencionado como protofemineidad. No para referirse que los varoncitos sean tratados como niñas sino que ocupan una posición pasiva en relación al adulto tanto las niñas como los niños y que eso juega a posteriori sea significado en términos femeninos. Estos estudios antropológicos lo que señalan es que la masculinidad es un constructo, cosa que en Freud no aparece de ningún modo. Vieron que repasaba yo, al principio, muy someramente, como en Freud la masculinidad no es un constructo, es el efecto de una evolución. Lo que no es un constructo es la femineidad. Pobres las mujeres que tienen que atravesar por tantos avatares, por tantas frustraciones, no?, es más, hasta recuerdan la idea de Freud de que el Complejo de Edipo, no se da el fundamento en la mujer de un modo tan enérgico como en el hombre porque no hay angustia de castración. A esta altura ya todo esos, yo lo relato y hasta me da una especie de pudor por el carácter histórico de ese enunciado. Y por eso también ‘las mujeres son menos éticas, no?, recuerdan esa conclusión, no? Cosa que se contradice con cualquier observación de la vida (risas), no? Sin embargo en la concepción freudiana no puede sino imponerse ese corolario. En la medida que en la niña no existe angustia de castración ni sepultamiento de sus deseos incestuosos se produce por una serie de desilusiones sucesivas, recuerdan?, mediación de la ecuación simbólica de por medio, quiere un pene no se lo dan, se lo pide a la madre, no lo tiene no se lo puede dar, se lo pide al padre el padre no se lo da, sino puede un pene al menos un hijo, un hijo del padre no puede ser, bueno que sea un hijo de cualquiera…(risas). Vaya a conseguirse un hijo afuera. Cosa que lleva a decir incluso que desde este lugar la mujer recuperará el hijo del narcisismo perdido en la infancia y será el resarcimiento tardío del falo que nunca tuvo. (risas). Cosa que realmente a esta altura, vuelvo a decir, nos producen risa. El problema es cuando se repiten teóricamente y se terminan trasladando al campo de las concepciones clínicas o las intervenciones concretas que hacen los psicoanalistas y eso nos constituye en muchos casos, nos coloca en posiciones a veces de un patetismo realmente inaceptable. O cuando algunos enunciados del Psicoanalisis terminan convalidando las formas más reaccionarias de la representación social, no? Lo cual todavía es más grave porque el Psicoanalisis termina usándose como coartada para la policía sexual, cuando los discursos religiosos comienzan a decaer. Decaen los discursos religiosos y en algunas de esas ocasiones el discurso Psicoanalista es el que viene a mostrar todas las perturbaciones que se producen en los sujetos cuando la sexualidad no se organiza adecuadamente. Es un abrochamiento formidable del Psicoanalisis y un retroceso ideológico que va en contra del carácter profundamente innovador de las concepciones de Freud, no? Cuando uno lee a Freud y puede despejar, vuelvo a decir, las determinaciones de la producción de subjetividad, se encuentra con un autor de avanzada para la época. Lamentablemente esa avanzada no se replicó después en la historia del Psicoanalisis, en sus aspectos más fecundos. Respecto entonces, yo decía, de la masculinidad la idea de que en otras sociedades, la masculinidad no es de ninguna manera un atributo inicial del sujeto, por supuesto no tiene nada que ver con la posesión del genital, sino que se construye y se obtiene a partir de una serie de pruebas, de pruebas de virilizacion y que implican, además, que el sujeto se constituye en varón, en virtud del atravesamiento de ciertas experiencias cruciales. Pero en la medida en que la masculinidad se conforma como un constructo, puede ser fácilmente destituido de ella. Es decir que la masculinidad no es solamente un logro que se obtiene de una vez y para siempre sino que el sujeto tiene que estar haciendo permanentemente una serie de pruebas para demostrar que aquella masculinidad no se pierde, porque si no es fácilmente destituida de ella. Cosa muy diferente a lo que sucede con la representación de la femineidad. Fíjense que si atendemos sobre todo a varones, sabemos el enorme sufrimiento que produce sobre todo en varones constituidos bajo formas de discursos hegemónicos de la sociedad patriarcal, el hecho de tienen que estar dando pruebas permanentemente de su virilidad. Y que cualquier desliz, equivoco o fantasma que pareciera contradecir ese enunciado, rápidamente despiertan angustias de lo más inquietantes por relación a ser destituido directamente de la masculinidad, cuando no feminizados, pasivisados o convertidos en homosexuales. Todos, no voy tampoco a abundar en esto, para no usar tiempo, después si ustedes quieren en caso de que quieran lo podemos seguir conversando. Pero, quiero decir, que esto no sucede con las mujeres. Difícilmente la mujer es destituida de su condición femenina. Podrá ser una mujer de una clase o de otra, no? De las virtuosas o de las que no lo son tanto, pero la femineidad en sí misma no está en riesgo. Con lo cual pareciera que contrario a lo señalado por Freud, es la femineidad, aquella que tiene un cierto, digamos, una cierta consistencia en términos identitarios, mayor, mientras que la masculinidad podríamos decir se caracteriza por una permanente inconsistencia que fuerza a los varones a tener que estar permanentemente dando cuenta de que no han sido destituidos de esa posición que tan costosamente han podido lograr. De hecho, hay una nota al pie, muy pequeña, que muchas veces pasa inadvertida que Freud realiza en el texto sobre Leonardo, recuerdan un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, donde Freud dice, en relación a Leonardo, ustedes saben que es tomado allí como una suerte de paradigma con relación a la homosexualidad y en particular una homosexualidad lograda en términos sublimatorios, que en una nota al pie, Freud señala la idea de que en verdad la elección de objeto de Leonardo no es algo tan extraordinario, que en verdad en todo sujeto están abiertas ambas posibilidades de la elección de objeto, tanto homo como heteroeroticas, cosa que Freud también lo señala en Tres Ensayos de Teoría Sexual. Y agrega algo más, me saltee a Tres Ensayos. Freud en Tres Ensayos dice no solo que en todo sujeto están abiertas todas las posibilidades de elección de objeto, sino que, por una parte la elección de objeto coexiste con las formas más habituales de representación que llamaríamos de género. Es decir que los atributos de la masculinidad social pueden perfectamente coexistir con la elección homoerotica sin que forzosamente se contrapongan. Con esto, por supuesto, liquida la equivalencia entre homosexualidad y femineidad como muchas veces existe todavía en ciertas formas quizá prejuiciosas de suponer que todo homosexual es un varón afeminado, por ejemplo. Ya eso Freud en 1905 lo deslinda. En el Leonardo yo les decía, dice que la mayor parte de los varones ya han consumado una elección homosexual. Por supuesto se refiere a los modos edipico de organización de la sexualidad, pero que deben mantener la distancia a través de poderosas contra-actitudes. Es decir los varones tenemos, yo hoy hablo de los varones que están aquí no de mi, tenemos que permanentemente hacer un esfuerzo, que la clínica además muestra con relación a sostener a toda costa, en numerosas ocasiones y con enorme nivel de sufrimiento esa posición masculina. Porque rápidamente, yo decía, podemos ser desposeídos de ella. Allí es donde, yo decía, donde se ubica, estoy sintetizando porque veo el reloj, bueno con apuro. Que la intención justamente de Silvia en este libro y de algunas cuestiones que yo lo he tomado a partir de allí, es justamente señalar el carácter paradojal que dice Silvia tiene la constitución de la sexualidad masculina. En qué sentido Silvia habla de una suerte de paradoja. Señala una paradoja en el sentido en que si la masculinidad se constituye en términos de identidad sexual a partir de la identificación a un hombre, eso comporta, necesariamente, la fantasmatizacion de la incorporación de ese atributo de potencia fálica proveniente de un hombre en términos homosexuales. Cosa que en la publicación del libro generó unas controversias y unas polémicas tremendas. Porque si uno advierte el alcance de esa afirmación realmente es fuerte. Pensar que la sexualidad masculina se constituye forzosamente en simultaneidad a la inscripción de una fantasma homosexual, que no es equivalente a una elección de objeto homosexual, sino que es correlativa a la constitución misma de la masculinidad que un varón reciba de otro hombre el atributo genital de carácter fálico que le garantiza la potencia sexual, con la cual uno diría se inviste el genital, con independencia después de cuál sea su posicionamiento identitario y de cuál sea su orientación deseante. Porque esto es anterior a la orientación deseante y uno diría coexiste con la identidad sexual sin forzosamente entrar en conflicto. Pero pensar entonces que en la instauración de la masculinidad en términos de virilidad supone la incorporación introyectiva de un atributo genital de otro hombre que le otorga al varón la potencia fálica que le permite justamente emplazarse en términos de su identidad sexual con relación a su sexo, implica simultáneamente que ese atributo se incorpora pasivamente con relación a otro lo cual no deja de suponer necesariamente, la inscripción de un fantasma homosexual. Esto permitiría en gran medida advertir aun cuando tendríamos que desarrollar quizá con mucho mayor detenimiento a la metasicología de esa identificación, que los varones justamente por esto se encuentran más asediados por fantasmas homosexuales que las mujeres, cosa que por otro lado es también clínicamente…. [30:16]



[1] Hans-Georg Gadamer (Marburgo, 11 de febrero de 1900  Heidelberg, 13 de marzo de 2002) fue un filósofo alemán especialmente conocido por su obra Verdad y método (Wahrheit und Methode) y por su renovación de la Hermenéutica.
[2] Cornelius Castoriadis (Κορνήλιος Καστοριάδης, Estambul, 11 de marzo de 1922 - París, 26 de diciembre de 1997) fue unfilósofo y psicoanalista, defensor del concepto de autonomía política y fundador en los años 40 del grupo político Socialismo o barbarie y de la revista del mismo nombre, de tendencias próximas al luxemburguismo y al consejismo. Posteriormente abandonaría el marxismo, para adoptar una filosofía original y una posición cercana al autonomismo y al socialismo libertario.

[3] HACERSE HOMBRE CONCEPCIONES CULTURALES DE LA MASCULINIDAD (EN PAPEL)

DAVID D. GILMORE , PAIDOS IBERICA, 1994
ISBN 9788449300844

[4] Claude Lévi-Strauss (French: [klod levi stʁos]; 28 November 1908 – 30 October 2009)[1][2][3] was a French anthropologist and ethnologist, and has been called, along with James George Frazer and Franz Boas,[4] the "father of modern anthropology"
[5] Stoller Robert (1925-1991) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano
Nacido en Nueva York, en el Bronx, Robert Stoller perteneció a la tercera generación psicoanalítica norteamericana. Estudió en la Universidad de Columbia y después se instaló en la Costa Oeste de los Estados Unidos. Obtuvo su doctorado en medicina en San Francisco, y en 1954 fue designado profesor de psiquiatría en la Universidad de California de Los Ángeles, donde creó la Gender Identity Research Clinic
El género como construcción social y no biológica es una de las contribuciones más importantes de la teoría feminista y pone de relieve la multiplicidad de identidades, dando lugar, de forma indirecta, a la teoría queer. Aunque originariamente es una construcción teórica creada por médicos, psicoanalistas, etnólogos y sexólogos como John Money o Robert Stoller, a partir de los años 70, hasta los 90, las feministas van a hacer suyo el estudio de género, que va a posibilitar la aparición de una serie de campos de estudio sobre género en términos feministas.

CONSTITUCION DE LA SEXUALIDAD MASCULINA II

… y por lo tanto, a los enunciados nucleares de los cuales se puede designar a sí mismo como un existente colocado en el mundo. Con lo cual, decir que la identidad tiene como un cierto carácter defensivo por su contraposición al Inconsciente, no la hace por tanto menos verdadera y, por otro lado, menos necesaria, en virtud de que no hay posibilidad de que el sujeto se emplace, con relación a sí mismo y con relación al mundo, sino es en función de haber alcanzado un cierto posicionamiento identitario.
La cuestión de la constitución de la identidad sexual tampoco es algo que aparezca en una suerte de perspectiva genealógica, suficientemente establecido en el pensamiento clásico psicoanalítico. En los desarrollos de Silvia Bleichmar, si uno pretendiera hacer una suerte de rastreo, las primeras conceptualizaciones relativas a la constitución de la identidad sexual, pertenecen a un Seminario que Silvia Bleichmar dicto en Buenos Aires, en el año 1999, que se conoció como “La sexualidad infantil de Hans a John/Johan”. Si ustedes recuerdan John/Johan es un caso paradigmático, justamente ver reasignación de género, tuvo enorme significatividad en su momento porque puso en discusión, la pretensión de los discursos médicos hegemónicos, de adecuar la identidad de género a la anatomía. Es un caso muy conocido, que tuvo notoriedad sobre todo en Estados Unidos, que es donde se produjo, porque se trato del caso de un niño, por eso es John, que sufrió un cercenamiento genital al momento de realizarse su circuncisión. Y en función del discurso medico hegemónico, lo que se propuso como alternativa para la constitución de este niño, fue que se produjese una reasignación quirúrgica de sexo de modo tal de adecuar el genital a una identidad femenina que el niño no tenia, pero que se suponía que iba a producir menos nivel de sufrimiento. Lo que termino produciendo en que el destino de este niño, que después se conoció como Johan, a partir de esa reasignación, fuera la psicosis y terminara en un suicidio luego del pasaje por la adolescencia. Ese episodio luctuoso, la pretensión médica de adecuación morfológica de los cuerpos y de la anatomía para, supuestamente, desde allí comandar la forma de representación síquica es quizá la forma más brutal por la cual se ha producido el atravesamiento de ese discurso que supone que el sexo, entendido como realidad biológica y anatómica de partida define los modos representacionales. Es decir, el supuesto de que el sexo anatómico define todo el conjunto de la construcción identitaria lo que hace, en este discurso, es plantear entonces que frente a las discordancias entre los sistemas representacionales y, por lo tanto, tanto la identidad construida por el sujeto y, la anatomía, se debe priorizar la anatomía y, por tanto, propiciar una readecuación o una reasignación de género, a partir de la modificación de sexo. Cosa que, ya muy tempranamente, algunos psicoanalistas, como fue el caso de Robert Stoller[1], ya hubieran señalado la inapropiada concepción de partida de suponer que el sexo biológico define los modos de apropiación representacionales en términos de identidad. Quiero decir que a esta altura, por supuesto, todos nosotros sabemos que de ninguna manera la anatomía es destino, en el sentido con el cual esa cita napoleónica fue planteada por Freud sino que, en todo caso, la anatomía constituye el sustrato real sobre el cual se producen los modos de atribución de género pero, justamente, como los modos de atribución de género son representacionales y están en gran medida sostenidos en enunciados históricos, intentan recubrir la anatomía pero de ninguna manera alcanzan para no establecer modos de discordancia entre uno y otro. Esto, que hoy consideramos que es relativamente aceptado, no lo fue así, ni en el Psicoanalisis ni en el conjunto del conocimiento de las ciencias, hasta hace muy pocas décadas. En este Seminario entonces, que yo les mencionaba, “La sexualidad infantil de Hans a John/Johan”, justamente Silvia plantea por primera vez la necesidad en Psicoanalisis de establecer un distingo conceptual entre sexo, sexualidad, genero e identidad sexual. Categorías que durante mucho tiempo sufrieron de una suerte de plegamiento y de superposición  que impidió poder advertir la complejidad de factores que se articulan para dar por resultado el posicionamiento del sujeto en términos de su sexuacion.
Posteriormente a esto, hay un texto que es como un, por así decir, el precursor del libro “Paradojas de la sexualidad masculina”, que es un texto que Silvia escribe también en el año 1999 y que se publica en la revista de la Asociación Escuela de Psicoterapia para Graduados, en un numero, justamente, dedicado a Masculino y Femenino. Donde ella introduce por primera vez, sus tesis respecto a las particularidades de la constitución sexual masculina. Con posterioridad a esto van a venir otras series de artículos hasta que, en 2006 se publica “Paradojas de la sexualidad masculina” que es el último libro, podríamos decir, completamente escrito por Silvia. Los libros que conocemos, a posteriori, en términos de textos psicoanalíticos son el efecto de las publicación de sus Seminarios. De los cuales siguen en marcha la publicación de los que aun no se han editado entre ellos, los de la sexualidad infantil que, todavía, no se ha volcado una publicación.
Yo decía, entonces, que la primera diferencia que Silvia se propone plantear en estas aproximaciones, es la necesidad de distinguir ciertas categorías que, justamente, por su empleo en campos disciplinarios diversos a los del Psicoanalisis pueden generar una serie de extravíos cuando se producen transferencias o transpolaciones de esos conceptos al campo especifico del Psicoanalisis. Una de estas categorías problemáticas es, justamente, la categoría de género. La categoría de género, al interior del Psicoanalisis, no ha producido pocas resistencias. En general, muchas de esas resistencias son razonables y otras son excesivas. Por supuesto que la categoría de género no es una categoría cuya pertenencia inicial le corresponda al campo del Psicoanalisis. Proviene primeramente de la Lingüística y específicamente de la Gramática, la teoría de los géneros lingüísticos y posteriormente se transpola al campo de las ciencias sociales, particularmente de la Sociología y de allí arriba a los llamados estudios de género que, inicialmente, son estudios feministas, donde, la categoría de género ha sido muy bien recepcionada, sobre todo porque esa categoría permitía inicialmente decapturar las concepciones acerca de la femineidad de esa supuesta base biológica-anatómica sobre la cual se conformaba, supuestamente, la femineidad. Ustedes acá, en este punto, recordaran, aquel manifiesto tan conocido de Simone de Beauvoir[2] de “la mujer no nace, la mujer se hace”. Casi como una suerte de, afirmación inicial, que abre, justamente, a la consideración, de que la categoría de género a diferencia de sexo, entendido sexo como sustrato biológico sobre el cual se establece en nuestra especie la bipartición en términos de la diferencia genital, el género a diferencia de esto, decía, tiene que ver con los modos atributivos con los cuales, en determinado momento histórico y en un determinado contexto temporal y social, en los discursos colectivos definen los atributos que diferencialmente se instituyen, y por tanto se prescriben o se proscriben para lo masculino y femenino. Ese modo de considerar el género, ha sido en algún momento, introducido al Psicoanalisis planteando justamente que, en última instancia, lo que importa en términos de la constitución sexual es la identidad de género. Este punto es, quizás, el que produjo inicialmente mayor nivel de resistencia y donde uno advierte que, efectivamente, han existido criticas muy validas a una suerte de incorporación acrítica de la categoría de género al Psicoanalisis, sobretodo porque, subsumir la totalidad de lo sexual a la dimensión de género, es decir, a los modos de producción histórica de las subjetividades sexuales en términos de femineidad o masculinidad, puede propiciar directamente la liquidación de la sexualidad entendida en términos psicoanalíticos, como sexualidad pulsional, no articulada ni por la diferencia de los sexos ni subsumida a los modos con los cuales la sociedad regla la bipartición entre masculino y femenino. Esta, si ustedes quieren, es la crítica más consistente a la incorporación de la categoría de género, lo cual no implica que no pueda ser incluida, sino que tiene que ser correctamente articulada. Porque si entonces la sexualidad es exclusivamente el modo cultural con el cual un sujeto se posiciona con relación a los discursos dominantes en la bipartición masculino y femenino, eso implica entonces, que la sexualidad queda exclusivamente del lado de los modos atributivos con los cuales el Yo se ubica en relación al discurso histórico pero anula, absolutamente, la dimensión de la sexualidad, si ustedes quieren, que podríamos designar como inconsciente, en tanto sexualidad pulsional, cuyo origen proviene de la implantación sexual del otro en los primeros tiempos de la vida y que es anterior al reconocimiento de cualquier tipo de diversidad de géneros y de diferencia sexual anatómica. Se entiende lo que quiero decir con esto, no? Que la necesidad de recuperar la noción de sexualidad es, justamente, conservar un pilar fundamental del descubrimiento freudiano que es la noción de sexualidad ampliada. Pensar que toda la sexualidad se instituye exclusivamente a partir de la inscripción en el Yo del imaginario dominante, es anular completamente la dimensión, podríamos decir, de la sexualidad que no solamente es pregenital sino que, además,  sigue siendo paragenital, a lo largo de toda la vida. Y que por tanto remite a los modos iniciales de inscripción de la erogeneidad a partir de, como yo decía, y siguiendo en esto las concepciones que primeramente ha planteado Laplanche y posteriormente ha ampliado y ha reconsiderado Silvia, con respecto a la pulsación primaria que el adulto ejerce en los primeros tiempos de la vida a partir de las cuales se funda la sexualidad pulsional de manera exógena en virtud de que, el adulto inscribe desde su propia sexualidad, montos de excitación erógena en el niño, que a su vez aparecen, o debieran aparecer, coligados por la propia acción narcidisante del adulto. Con lo cual, esta primera cuestión exige advertir que, si estamos hablando de identidad sexual, la identidad sexual no subsume, agota, ni reduce, a la sexualidad en sentido ampliado. Por supuesto que aquí estamos tomando, la noción clásica de sexualidad en sentido ampliado planteado por Freud, en términos de un plus de placer, no reductible a la auto conservación biológica. Frente a esta concepción de la sexualidad en términos ampliados, que es por una parte, sexualidad auto erótica implantada por el otro en los primeros tiempos de la vida y por tanto organiza erógena y fantasma ticamente como yo decía, anterior a cualquier tipo de discernimiento relativo a la diversidad de géneros o a la diferencia sexual anatómica. Con esto quiero decir que la sexualidad pulsional, los modos erógenos primarios, las formas de goce auto erótico, coexisten en los primeros tiempos de la vida con los discursos genéricos sin contradecirlos. Y uno diría a lo largo de toda la vida, se conservan en su estatuto y no se reducen a los modos dominantes con los cuales el Yo se localiza en términos de las formas de cualificación de sus deseos. Esa sexualidad inicial auto erótica, entonces,  no se subsume en la categoría género. El género de ninguna manera la incluye. Y por eso, pensar que toda la identidad sexual es una problemática simplemente socio histórico o genérica, implica la anulación de esa dimensión fundamental, freudiana, de la sexualidad que podríamos decir remite a su carácter pulsional. Por otra parte, esa sexualidad en términos ampliados es, por supuesto, sexualidad auto erótica, inscripta a partir de la pulsación primaria ejercida por el otro y, a su vez, en un segundo tiempo, es una sexualidad que adquiere dominancia genital a partir de las transformaciones puberales. En la concepción en la cual nosotros afirmamos esta perspectiva relativa a la sexualidad, no existe entre la sexualidad inicial auto erótica infantil y la sexualidad puberal a dominancia genital y de objeto continuidad y linealidad sino que corresponden, como el mismo Laplanche ha señalado, a dos sexualidades diferentes y no una misma sexualidad en dos tiempos evolutivos. Esto también implica otro modo de concepción que se aleja, quizá, de aquel modo más clásico en el cual aparecía en Freud que la sexualidad, ustedes recuerdan, se caracterizaba por una acometida en dos tiempos, dos oleadas, una infantil, otra genital, interrumpida por el periodo de latencia. Como si fuera una misma sexualidad que en un determinado momento arriba a otra suerte de estadio evolutivo. Pensado metapsicológicamente la sexualidad puberal no es la continuidad de la sexualidad infantil. Muy por el contrario, entra en conflicto con los modos erógenos primarios y como dice el mismo Laplanche de un modo que a mí me resulta siempre muy, evocativo en términos figurales, cuando la sexualidad puberal hace su aparición, el terreno está totalmente ocupado por la sexualidad infantil y no se acoplan de manera armónica y todos conocemos, justamente, que gran parte de los trabajos síquicos, propios de la adolescencia consiste en hacer sitio a los modos genitales de goce que la pubertad habilita en un territorio que ya esta, erógena, fantasmatica y pulsionalmente, totalmente ocupado por una sexualidad anterior. Con lo cual digo, esta noción de sexualidad ampliada tanto en sus orígenes auto erótico como en sus modos mas tardíos de organización genital, de ninguna manera se subsume ni a la categoría sexo, porque todos sabemos que la anatomía en ese punto no define en absoluto los modos de goce y, por otro lado también sabemos, que la aportación de un genital no es garantía para nada de poder hacer uso del genital en términos de un atributo capaz de generar goce y de producirlo en otro. No voy a ser mas explicito en esto porque todos entendemos la elipsis[3], no?. No quiero caer en vulgarizaciones pero todos sabemos perfectamente, y mucho más, si ustedes quieren, en el campo de la sexualidad masculina, que la presencia del genital, en términos de sexo, no es en absoluto garantía, de queel sujeto pueda apropiarse del genital en términos de atributo investido de potencia fálica. Por si hace falta, no voy a decir por ahora más que eso. No voy a ser mas explicito porque…, ser mas explicito, es convocar también a otra clase de fantasmas de los cuales vamos a hablar inmediatamente cuando señale algunas cuestiones sobre la constitución de la sexualidad masculina. Pero entonces digo, por una parte, distinguir por supuesto, sexo de sexualidad, cuestión primera que estamos señalando. Por supuesto que muchos de los discursos sociales lo que hacen es subsumir la sexualidad al sexo como si fuera una suerte de epifenómeno que surge necesariamente. Y sabemos que, todavía hoy, a más de 100 años después del descubrimiento freudiano, todavía, ciertas representaciones y discursos suponen que la presencia de la anatomía es decisiva a la constitución de la sexualidad y hasta, incluso, que la anatomía define las formas de elección de objeto, lo cual todavía es peor. Entonces, diferencia entre sexualidad y sexo, diferencia por supuesto entre sexualidad, sexo y género, tercera categoría que forma parte de esta especie de mosaico en el cual tenemos que pensar los modos de organización y de constitución de la identidad sexual. Entendiendo por género aquel conjunto de representaciones que socialmente intentan pautar la diferencia de los sexos y por supuesto terminar de agotarla. Por supuesto que los discursos de géneros son modos de construcción histórica con lo cual comportan categorías ideológicas que no pueden ser consideradas inmutables porque en la medida que son constructos históricos están sometidos a los mismos vaivenes y modificaciones que la subjetividad que se produce históricamente. Quiero decir con esto que si la categoría genero remite a aquel conjunto de representaciones, podríamos decir, ideales, formas normativas, prescripciones, proscripciones, roles, que en un determinado momento histórico pautan la diferencia entre masculino y femenino, de ninguna manera eso puede constituir una suerte de representación esencialista e imputable sino, muy por el contrario, las mismas transformaciones históricas nos muestran todo el tiempo las modificaciones que se producen en los atributos genéricos que en determinado momento definen la pertenencia o no a un determinado subconjunto, podríamos decir, de la bipartición sexual. Quiero decir con esto que podemos advertir, muy rápidamente, en una observación que ni siquiera exige demasiada sagacidad que los atributos que diferencialmente se asignan a lo femenino y lo masculino, son arbitrarios. Cuando decimos que son arbitrarios, decimos que son construidos historicamente, que no existe nada esencial ni en mujeres ni en varones para que se les suponga determinadas particularidades. Como por ejemplo la ‘pasividad femenina’, ‘la actividad masculina’, ‘el carácter proveedor de los varones’, ‘la virilidad y la potencia’ y la ‘receptividad de las mujeres’. Esos son modos dominantes de los discursos históricos que, por supuesto, producen efectos performativos, no estoy diciendo que no produzcan efectos, sino que lo que estoy señalando que en la medida que son construcciones históricas son arbitrarias. Que sean arbitrarias no quiere decir que puedan modificarse siguiendo exclusivamente el deseo individual del sujeto, sino que son arbitrarias en términos de cultura, pero que los sujetos en realidad reproducen, necesariamente, porque no siempre pueden plantearse grandes modificaciones dentro de esas categorías. Pasa lo mismo con el género lingüístico en el sentido en que constituyen estructuras previas. En ese sentido uno podría decir que el sujeto, incluso en los términos que en algún momento planteaba Althusser, nace en condiciones sociales que le anteceden y se le imponen con lo cual las categorías de género, en gran medida, son anteriores al sujeto y participan de los procesos, que podríamos llamar, de producción de subjetividad y por tanto se replican. Sin embargo, de tiempo en tiempo, las atribuciones de género, cambian. Como podemos advertir en los modos de producción de subjetividad contemporáneo. Que producen, por supuesto cierto desconcierto, porque las narrativas tradicionales, sobre todo las narrativas asociadas a la modernidad habían establecido, por así decirlo, una serie de criterios muy fijos para el establecimiento de la diferencia entre lo femenino y masculino. Y hoy advertimos que muchos de esos atributos circulan, sin que conserven esa suerte de fijeza y de pregnancia que tuvieron en el origen y por eso bajo formas inapropiadas se habla de feminización de los varones o masculinización de las mujeres. Cuando en verdad no son modos de pasajes, en terminos identitarios, de unos a otros sino una variación en los modos genéricos de dominancia cultural. Con lo cual, entonces, decía si la categoría genero es una categoría ideológica, que no recubre totalmente a la sexualidad ni tampoco a los modos de ejercicio de la genitalidad, lo que interesa psicoanalíticamente es pensar, en todo caso, cual es la tópica y cuál es el destino que las inscripciones de género tienen en la estructuración subjetiva. Y yo diría, fundamentalmente, que las representaciones y discursos de género pertenecen, indudablemente, y se inscriben en la tópica del Yo bajo dos formas: inicialmente en términos de identificaciones y por tanto pasan a formar parte de la argamasa representacional con la cual un sujeto se posiciona con relación a la bipartición cultural. Con esto quiero decir que la diversidad de géneros es parte de un atributo fundamental de la constitución misma de la representación del Yo. En nuestra especie y en nuestra cultura, al menos como la conocemos hasta el presente, ser un niño es ser varón o mujer. Y esto forma parte de, uno diría, aspectos nucleares de la representación identitaria del Yo aun cuando los atributos que se le asignan diferencialmente a niños y niñas puedan variar históricamente. En ese sentido, uno también entiende, que cuando la identidad en términos de género se constituye y se cristaliza en términos identificatorios no se puede desmantelar salvo en traumatismo graves o en procesos de desorganización psíquica severa. Y por tanto, el hecho de que constituya un enunciado fundamental de la organización misma del sujeto hace que no tengan que ser interpelados con lo cual no constituyen, por así decirlo, objeto del análisis, salvo cuando han devenido causa de sufrimiento. Y a su vez también permite advertir por que los sujetos trans, travestis y los transexuales exigen en gran medida correctamente, en toda medida correctamente, pero quiero decir en términos políticos, el reconocimiento de la primacía de la identificación por sobre la del sexo anatómico. Porque en la medida que la identidad se constituye por identificación y la identificación, aun cuando pueda ser, pueda estar apuntalada en atributos sexuales, es siempre simbólica y por tanto es discontinua respecto de la anatomía aun en sus contigüidades, esto hace por tanto que hay primacía de la representación por sobre el sustrato anatómico. Esto es lo que sucede cuando uno se encuentra, por ejemplo, con personas trans que reclaman justamente ser reconocidas no en función del sexo anatómico sino en función del modo atributivo con el cual a sí mismos se identifican. Es decir, el modo con el cual se ha constituido nuclearmente la argamasa identificatoria del yo. En ese punto es donde yo decía que, pensar las incidencias de las representaciones de género implica, advertir que esos discursos, de los cuales por supuesto, como diría Piera Aulagnier[4], “el adulto es en los primeros tiempos de la vida el portavoz”, van a conformar el núcleo fundamental de la identidad y como toda identidad, la identidad no es un dado a priori sino que es el efecto de una construcción de la cual, nosotros sabemos, que es un mecanismo instituyente de la identificación. La identificación entendida como un proceso instaurador y por tanto estructurante fundamental de la subjetividad y advirtiendo además, y esto es simplemente un comentario, que la materialidad de la identificación es siempre lenguajera y por tanto tiene carácter discursivo y no se reduce exclusivamente al campo de la imagen. Es decir que la identificación no es un mecanismo que opere a dominancia visual y que, por tanto se sostiene exclusivamente en el campo especular de la mirada del imago[5] sino que se sostiene en términos simbólicos en la incorporación de enunciados que tienen estructura lenguajera. Es decir que, no alcanza para que un niño se identifique con el adulto que el adulto sea quien es sino además que haga una oferta en términos de enunciado respecto de quien es el niño y cuáles son los atributos que le asignan. En ese sentido, por supuesto, que la identidad y en particular, la identidad de género, proviene inicialmente de una asignación que el adulto hace y que se inscribe metabólicamente en el siquismo infantil. Con lo cual, entonces, estas cuestiones a los fines de poder señalar la pertinencia de revisar en todo caso el carácter multifactorial de las problemáticas que conciernen a la llamada identidad sexual. Y un comentario más, en relación a esto. Los discursos y los enunciados de género no solamente forman parte de aspectos primarios del yo también van a constituir en gran medida la materialidad de atributos secundarios aquellos que conciernen a las llamadas identificaciones secundarias que enriquecen la argamasa representacional del yo o bien de los ideales. Es decir que también las representaciones de género moldean los ideales y entran en mayor o menor conflicto o discordancia con los modos con los cuales la identidad en términos de representación yoica se ha constituido. En ese sentido, si tuviéramos que decir como muy rápidamente porque esto excede una exposición detallada, al menos en esta instancia, como piensa Silvia y como se puede pensar a partir de allí los tiempos de la constitución de la identidad sexual podríamos decir que hay un primer tiempo en el cual lo que se inscribe no es la identidad sino la sexualidad en el sentido ampliado y esto define ya muy inicialmente, formas de goce, modos erógenos, estructuras fantasmaticas, que son anteriores a cualquier tipo de organización yoica. En ese punto esa sexualidad de la cual hablábamos antes en términos de sexualidad auto erótica, pulsional, parcial, si ustedes quieren en el sentido clásico que Freud acuña en Tres Ensayos de Teoría Sexual, es anterior a la identidad sexual y no se subsume ni se reduce a los modos con los cuales el yo posteriormente intenta organizar destinos más o menos defensivos, por exclusión, respecto de esos modos erógenos primarios. El primer tiempo, podríamos decir ya, de instauración de la identidad concierne al núcleo del yo al sostén que ese núcleo tiene con relación a las identificaciones primarias de las cuales, como yo decía, los enunciados de género forman parte de los atributos que el adulto ofrece en el momento en el cual se apropia ontológicamente del niño y de algún modo es inevitable que en su practica humanizante a partir del real somático, establezca diferencias o diversidades de género. El hecho de la identificación en este punto, por supuesto, es un hecho simbólico, y coexiste con la sexualidad entendida como sexualidad ampliada, sin inicialmente contraponerse a ella tal como advertimos en las formas del llamado….




[1] Jesse Robert Stoller (diciembre 15, 1924 a septiembre 6, 1991), fue un profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la UCLA e investigador de la UCLA Identidad de Género Clinic. Nació en Crestwood, Nueva York , y murió en Los Angeles, California . Tenía formación psicoanalítica en la Sociedad Psicoanalítica de Los Angeles y el Instituto de 1953 a 1961 con el análisis realizado por Hanna Fenichel . Stoller es conocido por sus teorías sobre el desarrollo de la identidad de género y la dinámica de la excitación sexual. En Sexo y Género (1968), Stoller articula un desafío a Freud creencia en biológica bisexualidad .
[2]  Simone de Beauvoir fue una escritora, profesora, feminista y filósofa francesa. Escribió novelas, ensayos, biografías y monográficos sobre temas políticos, sociales y filosóficos. 

[3] elipsis

  1. f. gram. Omisión en la frase u oración de una o más palabras sin alterar el sentido de la frase:
    ella habla castellano, pero él no (lo habla).

[4] Piera Aulagnier (née Spairani; 1923–1990), born in Milan, was a French psychiatrist and psychoanalyst. Her contributions to psychoanalysis include the concepts of interpretative violence and originary process. Aulagnier was married to Cornelius Castoriadis from 1968 until 1984.

[5] imago

  1. m. zool. Insecto adulto que surge tras la metamorfosis.
  2. psicol. En el psicoanálisis, persona ideal que tiene su imagen en el progenitor de sexo contrario.